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En el momento en que la novela se convierte en negra, el ser pensante y que actúa es la gota de su oscuridad. Es la gente que la habita la que le otorga esa paleta de colores oscuros con trazos de grises y variaciones de lo negro. Me gustan —como el oscuro chocolate— esas novelas negras en que los personajes son los que deciden el color predominante del decorado. Así viven y actúan, así cambian los colores del ambiente en un desesperado camino a la opacidad. Los buenos creadores de noir se han destacado por su creación de personajes con un halo de negritud que los persigue, individualiza y los impulsa a la destrucción.
Dos personas, incluso antagónicas, pueden estar detenidas en un particular decorado de novela negra que sea el más claro, bullicioso y que proyecte ambiente festivo con derroche de colores, y oscurecerlo. Son ellos los que le trasmiten ese nimbo de incertidumbre y corrupción. Algo ellos mismos hacen presentir, y los buenos creadores han logrado con un trabajo de relojería eficiente, trasmitir el ambiente que nace de esas dos personas.
Las personas número 1 y 2 se han ganado la categoría de personajes únicos y que, si son clonados, el lector con oficio, lo detectada. Si otro escritor los mete de polizonte en sus novelas, insisto, un lector conocedor se percata y los saca a la fuerza con una embestida. Casi siempre esa embestida es cerrar el libro y quedar decepcionado. De ahí la extrema importancia de la gente —la gente de la noir—, en una narración policial, pero aún más en una pieza negra.
Y es que, si me atrevo a intentar un resumen, en el estilo hardboiled, ese que marcó para mucho tiempo el camino a seguir —a cultivadores y lectores, que casi es lo mismo— la gente que nace en sus páginas difiere de la novela negra. Una entidad es el hardboiled y otra muy distinta la noir. ¿Por qué?
Continuaré…
Ω
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