La iniciación de un rito

Hago una parada en mis entradas para hablar de una novela que inicia su andar en el tortuoso universo del mercado. La suerte está echada para su escritor, Diego Uribe.  Este trabajador de la palabra no es un hombre que se anda quieto, sé de sus artes futbolísticas y saberes culinarios. El señor Uribe y yo nos conocemos por las redes sociales y he seguido en la medida de lo posible, su insistencia en crear sus obras con más trabajo que sus fintas y pericias técnicas. Lo sorprendente que su novela Rito de iniciación no se parece en nada a un juego de fútbol, si quitas el axioma de que la vida es dar y recibir.

No voy a cometer el soberano disparate de hacer spoiler de la novela. En el género narrativo no es solo echar a perder sino restarle al lector su capacidad creativa y darle un hachazo a sus propias interpretaciones del espacio y el tiempo en que Uribe teje su historia. Así que invito leer la novela que tiene como trasfondo a Japón en una época y en un contexto que el escritor investigó bien y que me atrevo decir domina por algún tipo de cercanía espiritual o quizá en un tour que un su momento fue su iniciación.

Lo primero que me atrapa —aún lo hace luego de la segunda lectura— es la limpieza de estilo. Desde la primera mirada a la página —la leí en PDF y agradezco a Uribe que me la haya enviado— es una pequeña señal de que nada de florituras y escabrosas descripciones. Muchos colegas se pierden en este complejo asunto y adormecen al lector paciente con una exuberancia de palabras que en fin nada dicen. En Rito… la sintaxis bien medida y aún más bien ensamblada. Esto se agradece, y gratifica más, mucho más, que esas palabras estén ahí para que el lector se meta de lleno en la historia sin dificultades. Y no estaré desacertado cuando arriesgo decir que en este mundo de Netflix y streaming, captar la atención es uno de los quebraderos de cabeza de un creador. Que solo tiene palabras para construir imágenes.

Y en primera persona cuenta Uribe su historia y este es otro de sus aciertos, no solo porque hace un guiño a los clásicos del género negro —lo es a mi entender— también porque creo que la historia le ordenó a Uribe que el narrador interno era el ideal. Ideal aquí no como expresión de lo inalcanzable, lo color rosa o lo absolutamente irrealizable. Ideal como contingencia. La contingencia como sino, drama humano, las desdichas de la vida con sus imposiciones y la fortaleza para imponerse a un medio hostil del que se trata de sobrevivir a toda costa. Y ese impulso entre depredadores no deja de tener un trasfondo humano, porque la humanidad está presente en Rito… como los tatuajes y la atmósfera que suele ser cerrada como cerrados los espacios en Tokio. Y aquí me permito algunas pistas, que pueden ser improntas falsas o no.

Como comentario final a mí me recuerda a momentos a James Ellroy. Solo a instantes. Y estos no se sobreponen al estilo de Uribe, tampoco lo complementan, más bien lo fortalece. No creo que un toque que sobresale de nuestra lecturas y entrenamientos como lector sean fáciles de alejar. Lo difícil es alejarse de la copia, y Uribe crea su mundo sin que Los Ángeles de Ellroy aparezca ni por asomo en el Tokio, y el olor de Edo en Rito… superior al de Los Ángeles, que Uribe conoce mucho mejor que yo.  Para otorgarle color a su pieza, el autor hace uso del fotómetro fotoeléctrico, sí, ese, el antiguo, porque logra un contraste entre luces y sombras que es, para mí, uno de los aciertos de la novela. Entre lo más negro y lo más claro, ahí donde parece que todo está perdido y nace un viso de esperanza.

Ω

Publicado por: M o n t e P e n té l ic o

Escritor de novelas negras y de lo que atrape su interés, siempre que ese interés sea respetar la Vida. VIDA TODA. Un escritor de novelas negras en La Habana, que cuenta también con ese largo y extenuante ADEMÁS DE URGENCIAS, cómo las escribe, qué punto en ese universo estrecho de la pequeña ciudad lo han inspirado o hecho pensar con detenimiento en un mundo acelerado. Lo aterran y estremecen y obligan a escribir. A veces escribir ficción no es inspiración que otorgan los Dioses Manes de la Literatura, es una obligación para no sucumbir. Por favor, Dioses Manes de la Literatura, es de mi absoluta creencia y base gnoseológica. Mi delito, soy culpable. Gracias por su tiempo.

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