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Así que el tono viene siendo como la música del autor. Su voz inconfundible. El pincel con el cual pinta sus escenarios, esos en que mueve personajes, toca el alma de sus actores y los descubre sin que apenas lo notemos. He dicho… apenas. Un lector entrenado puede olvidarse incluso de la voz del narrador y ser atrapado por esa manera de narrar. De contar. Eso me ha pasado con algunos escritores, la voz está ahí, pero se establece un hilo invisible que hace que me olvide de que estoy leyendo un texto. Pudiera parecer que fuerzo alguna cosa física, biológica, el pase de una palabra escrita a otra requiera concentración, —en papel o en Kindle— pero es lo que sucede en esos casos.
Quizá el tono sea para algunos tesoro inalcanzable. Encontrar la voz para un escritor es un tanto complejo. Un cantante nace con una voz, la perfecciona o no, la somete a estudio o no, pero siempre será su voz. Con ella ha nacido y con ella se muere o se apaga con los años, y el desgaste. El escritor no tiene la voz en sus cuerdas vocales. Está alojada en su cerebro —lo creo— y el primero que tiene que escucharla es él mismo. Si el cantante la escucha con una grabación y puede sorprenderse con su voz, —me lo han confesado—, el escritor no tiene ese recurso. Hasta los audiolibros pueden ser un problema. La voz física del escritor en ocasiones lo disgusta y lo mortifica: no hay semejanza entre su voz interior y su voz física. Es un verdadero desastre, motivo de mandar todo a la porra.
Es la voz lo que hace al escritor único: no es una voz física, registrable en un soporte de grabación, se escucha por otros medios que son escasos y no se compran en una tienda de abarrote. Y tienen relación con una línea entre la maquinaria creativa del escritor y la maquinaria creativa del receptor. Porque es un viaje en doble sentido, de un puerto a otro. De una arribada a otra, un viaje a 10 nudos en un mar tormentoso, o en la más absoluta calma, pero siempre “toma y daca” y una persistencia en la complicidad entre el narrador y lector nada estéril. Elmore Leonard[1] decía que si, al terminar una novela, parecía un informe, había que reescribirla. En otras palabras: ¿dónde quedó el tono?
[1]. Escritor norteamericano. Nueva Orleans, 11 de octubre de 1925 – Detroit, 20 de agosto de 2013.
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