El asesinato de las imágenes. 1

Sin rodeos un crimen deleznable. Si no es acción penalmente tipificada contra personas, es otra terrible y repudiable de matar, de quitar la Vida y de exterminio. Las imágenes, dicho de otra manera, las cosas que amamos y se convierten en imágenes, también tienen vida. Respiran y tiemblan, y hasta aman, cuando nos aman y las amamos. Devuelven amor a cambio de casi nada. Casi poco, y algunos nada retribuyen. Creen que lo merecen todo, cada átomo del universo.  Están ahí —esas imágenes— para recordarnos, aunque alguno sea olvidadizo, que somos humanos y que queremos serlo. El ser humano, el ser pensante y sensible, no puede vivir sin las imágenes. Las suyas y las de otros.

La destrucción de imágenes desde las puramente artísticas a las religiosas —recuerdo ahora, como de pasada, “la querella de las imágenes en el Imperio Bizantino—  siempre ha sido tema de conflicto y de violencia, fanatismo, odio y en no pocas ocasiones intereses mezquinos y políticos. Pero este detalle no es el centro de este post. Me quiero referir a las imágenes que conforman el entramado de una novela, cualquiera de esas que, por el talento de un autor, se construyen con imágenes. Lo siento, pero muchas novelas fracasan porque no convencen sus imágenes, el autor satura con las palabras, y el exceso de adjetivos y soflamas presumidos, matan las imágenes, si es que alguna vez fue su propósito imaginar. He conocido autores —pocos— que no son “inspirados” por una imagen o varias antes de iniciar el arduo trabajo de escribir una novela, en lo primero que piensan a lo largo del camino, en palabras. Admito que hay talentos en la técnica de soflamar. Si han existido imágenes para la posteridad, las hay que nos matan hasta el presente.

Imágenes vivas e imágenes que matan

Las mías, pertenecen a la ciudad que conozco, o creo conocer y que aún reconozco.  Una novela negra —mi opinión— es un entramado de imágenes. Todo el poder narrativo de la señora Dolores Redondo en su Trilogía de Bazán es el uso esmerado —casi poético, sin ser patéticas— de las imágenes. Y ahí donde se muestra en su maestría. Cuando leí “Todo esto te daré”, quedé contrariado, las palabras matan su capacidad de crear imágenes impresionantes como lo hizo en su trilogía.  El Jim Hawkins, el seudónimo que utilizó en el manuscrito de “Todo…” no alcanzó la maestría de la señora Redondo.  En mi caso, insisto, las imágenes son parte del entramado, la atmósfera, el propio misterio y suspenso. Lo que me atrapa de la señora Redondo es su impresionante sencillez. Cosa difícil de obtener por correspondencia.

El problema se complica cuando esas imágenes presentan un contexto decadente y violento hasta la aberración, donde los personajes se mueven en las “imágenes de la destrucción” que influyen en los propios personajes, y los personajes en aquellas. Creo que todo habanero tiene en su piel restos de destrucción, polvo de derrumbes, pequeños mundos podridos de los basureros. Pero eso me ha pasado igual, cuando visito un pueblo de Las Tunas, un pequeño municipio que amo. Así que lo estrictamente citadino, no es una ley universal.

Jim Hawkins, el hermoso personaje de La isla del tesoro, no se encontraría a gusto en la isla sin tesoro. Ese es un gran problema, y he dicho en entradas anteriores, la dificultad presente, nunca ausente, de la recepción de un lector potencial con tales imágenes. Esas de los derrumbes de las mariposas increadas que vuelan en un concierto de desechos y en los recovecos de los cascajos, las casas muertas, donde una vez se hizo el amor y se soñaron los más probables finales, las más inquietantes escapadas. Mencionar a los dípteros, me parece facilitarle mucho al lector, y peor todavía, matarle su propia creatividad en la construcción de imágenes. El sigilo que se establece entre escritor y lector, se vería comprometido.

Quizá, digo yo, Jim el hijo del tabernero, no tenga plata para consumir en las nuevas tabernas de la isla sin tesoro —ni John Silver el Largo se lo podría prestar— y quedaría decepcionado. Tal vez, digo yo, se sorprendería que el autor —yo—  que lo tuvo de personaje de cabecera en su niñez, se escape en su novela negra Última cena a los ríos y a un pueblo de pescadores. Que exista un arma infernal —qué palabrota— como la de la foto que premia con su plasticidad este post. Última cena se escapa de norte a sur siguiendo el cauce de dos ríos. No es una manera de ahogarse, pero sí de no extraviar el rumbo en imágenes muertas o asesinadas.

Continuaré

Ω

Publicado por: M o n t e P e n té l ic o

Escritor de novelas negras y de lo que atrape su interés, siempre que ese interés sea respetar la Vida. VIDA TODA. Un escritor de novelas negras en La Habana, que cuenta también con ese largo y extenuante ADEMÁS DE URGENCIAS, cómo las escribe, qué punto en ese universo estrecho de la pequeña ciudad lo han inspirado o hecho pensar con detenimiento en un mundo acelerado. Lo aterran y estremecen y obligan a escribir. A veces escribir ficción no es inspiración que otorgan los Dioses Manes de la Literatura, es una obligación para no sucumbir. Por favor, Dioses Manes de la Literatura, es de mi absoluta creencia y base gnoseológica. Mi delito, soy culpable. Gracias por su tiempo.

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