Negro de la ficción, negro de la vida. Final

A modo de concentración más que de resumen, la ficción puede superar la realidad, al menos en la narrativa y en no pocas ocasiones la realidad se nutre de la ficción antes de convertirse en una realidad escrita, narrada, publicada o no. La ficción —sueños, estructuras narrativas, el plan inicial, las imágenes que golpean al escritor que lo “obligan” a escribir—, es la base de cualquier realidad. “Pienso, por consiguiente soy”, diría Descartes.

La ficción tiene el poder, por necesidad existencial, de que puede ser editada, concentrada, calculada en su exposición milímetro a milímetro. No se puede recrear en un metraje extenuante. La ficción vive en un constante forcejeo con la realidad, y mientras esta puede ser a veces absurda y deprimente —destructiva para algunos al punto que la vida puede dejar de ser atractiva— la ficción, aunque toque asuntos escabrosos y horribles, puede dejar en el lector un poco de resurrección.  

Reconforta al lector, lo inclina a mejorar su realidad y la de otros. Se convierte en una limpieza del espíritu y del contorno físico. Puede ser un “arma” —no un Colt ni una Glock, menos una Makarov— para ayudarle a sostenerse en la insoportable realidad.

Entorno físico de realidad y ficción

—Cuando James Ellroy escribió su novela La Dalia Negra, The Black Dahlia, se sirvió de Los Ángeles —¡de 1947!— para que corriera su historia, su ficción que a la vez incidía en una realidad pretérita que actualiza y reconstruye desde su ficción. El condicionamiento del lector lo ayuda. Los Ángeles una ciudad conocida, celebérrima, aunque no sea Chicago , la ciudad de los vientos. Cine, novelas, televisión —actualidad— pinturas, y me quedo corto por falta de oxígeno medicinal.

—Al momento en que Pierre Lemaitre, el peso pesado con su Premio Goncourt, escribió Irène, el trasfondo parisino ayudó al lector a situarse en un contexto cálido, más allá de la sangre que derrama Lemaitre a todo lo largo —bien editada— de su ficción, que, sin dudas, supera la realidad.

Para su coterráneo Renatus Cartesius —latinizado— Irène habría sido una prueba de que la ficción, el pensamiento, puede ser la prueba de que cogito ergo sum y que el genio del mal podrá engañarnos, pero nunca superarnos. Nuestra ficción que imponemos a la realidad cruda y espantosa, la combate y la embellece aun cuando el terror nos considera vencidos.

—Hemingway escribió en su etapa tardía —se quitó la vida e impidió otras aproximaciones— El viejo y el mar, una novela que nunca me gustó ni antes ni ahora, tampoco después, metió a su viejo pescador en un bote y lo sacó al mar. La Habana se ve en la distancia, pero no se describe. El camino del viejo y su amigo es en la costa de Cojímar, que conocía bien. Conocía ¿bien? la ciudad, al menos los bares y el tránsito de La Vigía al Floridita y el camino al aeropuerto, y no se metió en descripciones profundas.  

Exceptuando la que hace en su novela póstuma “Islas a la deriva, Islands in the Stream, 1970”, al salir de la finca-cabaña, pero que la compara con uno de esos pueblos blancos de España.  Ergo: buscó un “como…” y no una directa. Claro que es casi imposible no amar esos pueblos, así que lo comprendo.

Esto no quita que una descripción de Hemingway —no en sus crónicas casi siempre de beber y comer—, hubiera condicionando al lector a una mirada enamorada de La Habana. No nos bastó con su presencia, ya muy lejana, nostálgica y para un animalista, desahuciada. El hombre era un apasionado de la tauromaquia y para mí es un horror. Otro de los tantos, como los safaris.

En la descripción de Islas a la deriva lo único que le partió el alma es el perro tiznado, ¡de color blanco!, pero que era un perro de los negros carboneros. Por eso, digo yo, el tipo siempre salía con un trago en las manos. Cómo se percató que antes fue blanco, no lo sé, quizá lo había visto antes. Al menos lo amaban, y no se lo comieron. Esta observación mía, es importante para ese después que ya se acerca.

—No menciono a Hemingway de balde. Fue el genio de ese cuento Los asesinos, lo que sostiene mi idea que la narrativa criminal nunca le fue ajena. Fue lector de Simenon en su juventud de París. Junto con este cuento —en que la ficción supera la realidad— y Adiós a las armas, A Farewell to Arms, es el escritor que me atrapa, lo otro, nada. Pero aquí, ni apariencia de La Habana a pesar —o contra el pesar—  de que fue escrita, dice él en alguna parte, en el Hotel Ambos Mundos. De todas maneras, insisto, me quedo con Los asesinos y Adiós a las armas. Y nada de La Habana como sí hizo el escritor cubano Enrique Serpa, que… creo que lo antecedió en muchas descripciones, y lo impresionó.

—Para escribir una novela negra en La Habana actual, la de ahora, la de este instante, uno la tiene cruda.

  1. La ciudad está en su peor momento arquitectónico. Se cae a pedazos.
  2. Al describir con una economía de recursos tendrán esos pedazos con su gente maltrecha el primer plano. Se puede considerar esto como una crítica política al régimen, lo cual es absurdo, la novela negra siempre es crítica. Tanto para James Ellroy como para X y sus amigos. Pero a los politólogos les importa un chícharo.
  3. Si uno de esos hijos de puta mata perros y gatos y más perros, y a la vez es un personaje, el régimen se ofendería y saca a pasear en televisión a sus expertos en comunicación para desmentirlo. Al final, sí matan perros y gatos y elaboran picadillo con sus carnes. El presente indica que puede seguir sucediendo. Ahora mismo están detenidos. Antes no, y seguro que vieron cómo el genio de la comunicación televisiva los ayudaba a seguir haciendo picadillo, y convirtiendo el perro en carnero y hasta en cerdo destetado. Existe hambre para todo.
  4. Los paseantes solitarios de la comunicación televisiva no son responsables ante su desmentido, siguen adelante para refutar la próxima queja o denuncia. Todo lo «no conveniente», les ofende.
  5. La consideración irrebatible que la corrupción es un tema que no debe ser tratado sobre todo cuando toca y nace en las propias alturas del gobierno. Los ángeles —no los habitantes de las novelas de James Ellroy— no son responsables penalmente. X y sus amigos tienen que dedicarse a contar historias blancas, nada negras, donde la realidad devora la ficción porque la ficción es una realidad ideológica, dictada desde los centros de poder. Una narración desinfectada y cuando le meten un germen, ya dicen que tienen la cura, vacuna o el virus para exterminala.
  6. Una combinación de descripción de la ciudad con corrupción, drogas, asesinatos violentos —si cabe la extensión— y crítica en jerga o con la más sapiencial argumentación, no son bien recibidas. Por ello se desempolvan premios de novela policial, que tienden a caer en el mismo vacío de antaño: la realidad es tratada con inseguridad, todo es debido al bloqueo, y el delito y sus delincuentes un rezago del pasado y la sociedad capitalista.

Pero X y sus amigos continuarán a pesar de, y contra los pesares de ellos. Que son muchos y… se friccionan. Está bien dicho: fricción.

Ω

Publicado por: M o n t e P e n té l ic o

Escritor de novelas negras y de lo que atrape su interés, siempre que ese interés sea respetar la Vida. VIDA TODA. Un escritor de novelas negras en La Habana, que cuenta también con ese largo y extenuante ADEMÁS DE URGENCIAS, cómo las escribe, qué punto en ese universo estrecho de la pequeña ciudad lo han inspirado o hecho pensar con detenimiento en un mundo acelerado. Lo aterran y estremecen y obligan a escribir. A veces escribir ficción no es inspiración que otorgan los Dioses Manes de la Literatura, es una obligación para no sucumbir. Por favor, Dioses Manes de la Literatura, es de mi absoluta creencia y base gnoseológica. Mi delito, soy culpable. Gracias por su tiempo.

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