El inicio de la novela de la señora Redondo «Esperando al diluvio» es impecable. Solo ella lo podría mejorar y es evidente que así lo quiso. En palabras que parecen escritas desde y hacia la tensión, nos introduce en la historia que quiere contar. Aún hay una expectativa, pero te ha atrapado. Una historia real, pasada, que ella potencia y actualiza. No así en una novela posterior en que se pierde en palabras. Demasiadas para mi percepción, acumulativas, me sobran muchas, casi innecesarias.
Y digo casi, porque ya están ahí. Esta escritora tiene un trasfondo rítmico y un sentido de la dramaturgia que viene con ella como de nacimiento y oficio, y las palabras, en este caso, lo limitaron o lo entorpecieron. Me refiero a «Todo esto te daré», que fue premio Planeta.
Pero a mí, cuando me cautiva, y aún hoy y ahora, en ese estilo de «Esperando al diluvio». La pregunta es, y se desprende de las lecturas de los talentos que se escondieron tras Carmen Mola, y la propia Redondo: ¿está preparado el público lector para una novela negra que desarrolle su historia en La Habana? La respuesta es una: no lo creo. O para ser preciso como la mejor Redondo, tengo dudas a montones. Y sin dudas, pues dudas son: ¿puede existir interés en La Habana actual donde el asesinato ya no es un tema aislado?
La Habana del diluvio
Estos escritores, con su estilo y oficio, su sensibilidad y poder de descripción (que no agota el estilo) han condicionado un importante target, una clase exponencial de lectores. En otras palabras: se los han metido en los bolsillos. Han cautivado a su manera de interpretar sus propias fantasías y sueños. Si fue una estrategia editorial contra la “invasión de la novela nórdica”, funcionó. Y si es una apuesta de los escritores, que en su soledad creativa apostaron por abrirse paso en un mercado, también funcionó.
Y van dejando, en su avance, una estela que oscurece otras miradas y narrativas. ¿Esto del todo cierto? La batida de sus ventas, lo indica. Puede que morir en La Habana con el diluvio de los tristes momentos actuales, no sea una lectura que cautive o reconforte tras un largo camino (nada cansino) de terror y zozobras. El secreto fue desvelado por Carmen Mola (aún era Carmen) en su preciosa novela (lo es para mí) «La novia gitana”. El inspector de Carabanchel, Ángel Zárate, dice: “En Madrid se mata poco”. Y de la propia narración se infiere que, cuando se mata, el asesinato nada tiene que envidiarle a otra ciudad del mundo.
Pero el asunto es que la propia elaboración de los asesinatos está filtrada por el talento creativo de estos escritores. Es como si antes de meterlos en la narración, los hubieran pintado de a poco, pincelada tras pincelada, para obtener una figura acorde a sus intenciones. Un cuadro terrible, pero cuadro al fin. A pesar del horror, los asesinatos no parecen sépticos, sino que proyectan arte, búsqueda de la impresión más elaborada.
Contra eso se puede argüir que se trata de ficción, pero esto es como descubrir el Nuevo Mundo hace tres días. Incluso, hay ciertas justificaciones para matar, que no me complacen como tales. El móvil pareciera de sociópatas con un CI —cociente intelectual—, de oligofrénico, término ya en desuso, pero ese es el objetivo. Es una apreciación que tiene que ver con aquello de Zárate, ese personaje tan humano que encanta: “En Madrid, se mata poco”, ergo, en la bella ciudad, se tiene poca práctica… y referencias. ¡Bien por Madrid!
Pero aquí, quien manda, es el lector, y si al lector le complace, nada se puede alegar en contrario, es una pedantería oponerse al gusto de los lectores y a su necesidad de recibir emociones fuertes desde la pura placidez y entre las paredes de una habitación mientras lee, y la extraña (y débil) seguridad de que él escapa de tanta maldad. Porque, en definitiva, es uno de los principios de la novela policial.
Así que no se trata del gusto del lector, respetado por encima de cualquier otra consideración, sino de la pregunta que se repite: ¿está preparado ese lector para otras emociones, esta vez en La Habana en diluvio, que ya no lo espera, sino que lo padece, de asaltos, crímenes, asesinatos y la violencia desmesurada? ¿Está preparado para ver cómo la violencia del oriente de la isla, choca con la violencia del oeste, en una Habana que cae a pedazos? Y el editor qué: ¿puede considerar la novela negra de La Habana, propaganda de descrédito?
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