Calles sin tráfico: novela negra sin autos

Galeano sin tráfico vehicular a las 9:00 a.m. parece un río de aguas negras que se resisten a descargar en el mar. La inmovilidad no solo es una apostilla de observación, también un fracaso de la metáfora. La soledad de la ciudad parece gritar toda su angustia, como lo puede hacer un parapléjico en su aflicción. Toda capacidad de luchar contra le depresión, se vuelve polvo de huesos.

Negra sin la atmósfera de los autos raspando el asfalto

Contra la lógica que una ciudad sin tráfico vehicular preserva su medio ambiente, La Habana en paraplejía trasmite un golpe de mortandad y tristeza.

Estos dos seres de la derecha (no es una posición política advierto) pareciera que patinan en el asfalto. Un tipo de danza intrépida impensable pocos años atrás. Con el tráfico de entonces estas dos figuras habrían sido consideradas como mínimo locas de atar o propensas al suicidio. Nótese que las sombras se derraman siguiendo el avance del sol en su camino del Este al Oeste. El reloj puntea las 9:00 a.m. según Radio Reloj, ese socio que advierte que la vida son minutos que se suman para extinguirte.

Cuando escribí mi novela «Mar de cenizas» que desarrolla su historia en La Habana de 1953, las investigaciones que tuve que hacer en los diarios de la época mostraban un río. Esta vez de autos que se tocaban unos a otros en una andanada de claxon abriendo el tajo del apuro.

Conocí un viejo zapatero que vivió en «La plaza del vapor», la ventana de su cuarto daba a Galeano. Niño entonces, vendía periódicos y cruzar Galeano era todo un reto. «Un vendedor de periódicos tiene que torear el tráfico, si te hacen señas en la acera opuesta tienes que correr hacia él porque la competencia es dura y no puedes perder de vista al tipo, y a la vez jugarte la vida entre los autos».

De hecho me fue bien con la atmósfera para esa novela de 1953, por las imágenes del Diario de la Marina y su técnica de rotograbado. Nada como una buena imagen del pasado para ubicarte en la narración que tiene dosis de novela negra, y thriller con buena carga de suspense político. Los poderosos no siempre las prefieren rubias, pero sí necesitan moverse en autos.

En la actualidad, «las crisis» (pluralizo con intención) debilitan los tanques de combustible y deprimen a los choferes. Una novela negra sin la raspadura de los autos en las arterias asfálticas, pierde uno de sus escenarios más recurrentes. Difícil sustraerse a Philip Marlowe de auto en auto, bajo las inclemencias del crimen.

Es casi una simpleza admitir que no se puede crear una novela negra sin la presencia de los autos. ¡Claro que se narra una buena historia negra hasta en una habitación cerrada! Lo que sucede que, a mi modo de mirar el asunto, el páramo inducido da más para el terror que para la lógica de una novela negra, aunque ella misma arremeta contra toda lógica. Y el terror tiene estadios, un curso estructurado y un clímax en ocasiones que más que asustar, evoca la felicidad perdida.

Lo yermo y desabrigado cansa al lector experto en «negras» y se corre el riesgo que aprecie que le estás dando gato por liebre. No importa que «el gato» sea el prestigioso e inmortal de Edgar Allan Poe. El lector puede mandarte a la porra aunque el escritor nunca haya sido en otra vida un tercio castigado por el jefe de la compañía.

Con todo algo tienes que hacer. Así que restando a los almendrones (autos de La Habana del 40-50) que se mantienen quemando las mixturas más rocambolescas, en la actualidad hay que enfrentar medidas. En mi «La última cena», una negra de ahora, no queda otra. Así que puse al chino, un protagónico de pináculo, a montar una bicicleta (China del inolvidable Período Especial) que se mueve apretando los pedales con sus chancletas de palo. Las chancletas vienen de una exhumación, y el chino es un genio de la informática. Apto físicamente como maestro en manejar su cariñosa pistola Type 92.

Ω

Publicado por: M o n t e P e n té l ic o

Escritor de novelas negras y de lo que atrape su interés, siempre que ese interés sea respetar la Vida. VIDA TODA. Un escritor de novelas negras en La Habana, que cuenta también con ese largo y extenuante ADEMÁS DE URGENCIAS, cómo las escribe, qué punto en ese universo estrecho de la pequeña ciudad lo han inspirado o hecho pensar con detenimiento en un mundo acelerado. Lo aterran y estremecen y obligan a escribir. A veces escribir ficción no es inspiración que otorgan los Dioses Manes de la Literatura, es una obligación para no sucumbir. Por favor, Dioses Manes de la Literatura, es de mi absoluta creencia y base gnoseológica. Mi delito, soy culpable. Gracias por su tiempo.

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