Aire negro en la vieja Habana del crimen. Parte 1

Mis novelas negras, las mías, las que escribo, tienen a la Habana Vieja como centro de sus acciones. Y como ese pedazo de tierra fue el último asentamiento, tras un largo camino del Sur al Norte, del Oeste al Este, me tomo la libertad de extenderme. Y ese «otro caminar mío», tiene como punto de sostén, centro de gravedad a la vieja Habana. No me resisto a dejar de hacerlo, ni pensándolo mejor, ni llamándome a capítulo como un monje de la posmodernidad que se hace, sin anestesia, una autopsia.

Viejas amadas

Me reconforta y sostiene eso de que uno no puede describir una ciudad, por enorme o pequeña que sea, si no la ama. Puedo admitir incluso (no es mi caso, nunca lo he sentido así) esa extraña simbiosis de relación amor-odio que puede servir de detonante para contar una historia. Yo tengo amor por mi vieja Habana y sus extensiones, esos caminos que se abrieran en busca de espacios, no odio. Quizá el odio, ese sentimiento que no he comprendido nunca, (pero que he sentido cerca) no me inspire, ni me active la fuerza al escribir. Disgusto, sí, y dolor. Aflicción y tristeza porque se derrumba, se cae a pedazos con cascajos que son sus lágrimas negras, su polvo oscuro, sus heridas abiertas.

Las calles de la vieja Habana (no me gusta llamarle municipio), esas que nacen al borde de la bahía (para mí, sí) siguen siendo un enigma aunque las haya recorrido cientos de veces. Nada vale que las estudie siguiendo una tradición de voyeur analítico y sin tentaciones eróticas, para sumar más información, las calles siempre me sorprenden con otro descubrimiento, otras sensaciones, un golpe más directo al alma. Soy un voyerista sin delito, pasivo en mis acciones, y activo en percepciones de que, a su vez, hacen crecer otras que tardo en digerir y aprehender.

Las viejas amadas, esos reductos que se entrelazan, esas calles estrechas y donde pocas veces da el sol, (dispuesto así por una Real Cédula) me encaminan indefectiblemente a otros misterios. Y aquí misterio no posee nada de construcción cerebral. No es el misterio de la genial jugada de ajedrez, ni la sofisticada estrategia de un general en guerra, menos, mucho menos, el dédalo de variaciones que puede concebir un escritor de novela-problema. Es un misterio poético, romántico quizá, abismal en emociones. No lo niego, no lo afirmo, no hago juicios, porque no soy capaz. Tengo mis limitaciones.

Por ello, no me resisto a contar mis historias negras en la vieja Habana. Y es todo un reto, confieso. Por muchas razones, y uno de esos desafíos son las descripciones. ¿Cómo trasmitir lo que me impacta de su arquitectura aún viva, todavía erguida en sus bastones y apoyos de madera podrida? El Cristo que mira la bahía posee una vista envidiable y todos los milagros que les puedas otorgar y documentar, pero cuando te enfrentas a la descripción, lo que confiere atmósfera y peso a la narración… ¡¿cómo?!

Un ejemplo. La trama se mueve en ese momento en una calle donde existe un edificio art decó. Le trasmitiría seguro a un arquitecto, un ingeniero civil, a un historiador del arte, mucha información. ¿Esto es válido en una novela? Para mí, no. Bien para tratados, pésimo para una novela. A una novela nada le interesa el art decó. Lo que le importa por qué esta allí, en esas palabras, y qué le dice, qué le trasmite, qué hacen esas paredes, esconden, planifican, a quién embosca con su impresionante majestuosidad. En fin, qué hace metido en la novela. Una novela negra no es un libro de viajes turísticos, es un viaje sí, pero a otro territorio del drama humano.

El edificio América en calle Neptuno es un ejemplo de art decó. Pero nada me explica en sí mismo, si no encuentro otra manera de describirlo en atención a la historia que cuento. Se me queda como un ejemplo de estilo, si sólo me limito a señalar su escuela e influencia arquitectónica. Y este es un hándicap al momento de narrar la vieja Habana o esa extensión que señalé al principio. Dejo el dato consumado, para los lectores de mi novela «La última cena». Y sostengo que se nota a pesar del viento negro que todo lo oscurece, incluyendo los rostros, los bastones podridos como apuntalamientos preventivos, de algo que amenaza con caer. Un horror que me circunda. Un temor en negro.

Ω

Publicado por: M o n t e P e n té l ic o

Escritor de novelas negras y de lo que atrape su interés, siempre que ese interés sea respetar la Vida. VIDA TODA. Un escritor de novelas negras en La Habana, que cuenta también con ese largo y extenuante ADEMÁS DE URGENCIAS, cómo las escribe, qué punto en ese universo estrecho de la pequeña ciudad lo han inspirado o hecho pensar con detenimiento en un mundo acelerado. Lo aterran y estremecen y obligan a escribir. A veces escribir ficción no es inspiración que otorgan los Dioses Manes de la Literatura, es una obligación para no sucumbir. Por favor, Dioses Manes de la Literatura, es de mi absoluta creencia y base gnoseológica. Mi delito, soy culpable. Gracias por su tiempo.

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