«MAR DE CENIZAS»: novela negra, Cuba 1953. Parte 2. Final

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PERSEGUIR RECUERDOS DE HABANA PERDIDA, PARA ESCRIBIR «MAR DE CENIZAS»

Una mujer aparece muerta en su apartamento en el emblemático edificio de arquitectura y estilo Art déco en calle Reina, en esa Habana de 1953. De inmediato se mueve hacia la investigación, que inicia y se extiende en el juez de la policía judicial, Asquenazí. Apellido que se otorga con soberana sapiencia este judío que había llegado a La Habana años atrás. Este es parte del principio de la novela. ¿Quién es esta dama? ¿Por qué asesinada de manera tan brutal que indica tortura y sufrimiento? Estas preguntas y otras que alargarían innecesariamente este post, están contestadas en la novela. Debo no obstante adelantar que el asesinato de la mujer no será el único, pero sí los entrelaza una relación, estrecha y cruel.

Para «Mar de cenizas», ya he dicho en el post precedente, fue un quebradero de cabeza la investigación. Lo único que tuve más cercano en el sentido epidérmico, recuerdos de otros. Y lo táctil y casi sensual me ayudó más que a saber y desvelar, oler y ver esos espacios perdidos. Palparlos con los ojos. Puede parecer la ilusión a oscuras y en las tablas de un prestidigitador, pero es así. Había en cada recuerdo un acto de magia. Sin chistera ni escenario pre-instalado, más bien como hacen los geniales actores de un teatro callejero. Sin tramoya y candilejas, como el carro de Tespis: un poco de máscara y albayalde para esconder, en algunos casos, sus lágrimas. Todo ser humano tiene una estrecha relación con la arquitectura de la ciudad en que vivieron y viven, y su seres queridos que ya no están. Hay una historia en cada esquina.

Dicha para ellos y sus seres amados que aún están vivos. Nadie, ni siquiera los muy respetados visionarios, pueden prever cuánto puede estar viva, en Cuba, una persona que esté quemando ya los ochenta años. Ad portas del pescante llamado nonagenario, sorprendido aún de estar por acá. Así que el temor por mi parte de que fueran a morir, antes de contarme sus recuerdos, constituyó especie de impulso nuclear. Lo peor, considerando obstáculos y problemáticas, que fueran atacados por la pérdida de la memoria o en el más terrible de los escenarios, alzheimer. Por fortuna para ellos y para mí, no hubo nada de esto. Pero sí, un estado de tristeza.

La visualización en las mentes de estos seres que vivieron aquella Habana era de nostalgia. Pareciera raro la nostalgia, al menos en mi caso, «concepto» que utilicé para mis propios recuerdos con cierta pedantería y soltura. Comparados con las evocaciones de esas personas que me contaron las suyas, parecen los míos archivos ubicados la semana pasada para una consulta rápida. Pero fue eso: nostalgia. La nostalgia puede hacer llorar. Y hasta maldecir.

Por suerte los hubo quienes, los menos sí, que reían a carcajadas de alguna situación hilarante. Uno me llevaba a otro y muchas de aquellas conversaciones la mar de las veces al doblar de la esquina o sin formalismos y concertación de citas, me condujeron a un amigo. Ese amigo a otro, y ese otro a un conocido. Aquella Habana vivía dentro de ellos como otro corazón que bombeaba sangre oxigenada y con alto octanaje de glóbulos rojos. Y yo, a rebufo para atrapar las imágenes únicas. Insisto, suerte enorme que hablaran con placer.

Armando el fondero: utility del Sloppy Joe’s Bar

Armando el fondero se especializó en oficios disímiles. Desde trapecista en un circo, mentado en la novela, hasta electricista y «soluciona todo» en el Sloppy. Lo del fondero porque antes del trabajito en el Sloppy había sido ¿mesero? en una fonda de chinos en calle Reina. Toda historia de la fonda china yo la había cotejado en mi memoria y la he utilizado en otra novela, pero nunca me había comentado lo del Sloppy. O, para no mentir como un niño sorprendido in fraganti, reconozco que jamás le presté atención. O no la que conlleva semejante confesión. Armando vive aún en un solar de calle Salud y goza de una buena salud. Salud por salud. Armando es una de las fuentes más seguras y precisas: goza de una memoria que sorprende.

Armando el fondero se le quedó y nunca fue «Armando el del Sloppy», conoció de primera mano a esos personajes «históricamente reales». Ernest Hemingway, el a veces gritón, y bebedor empedernido, el calmo Graham Greene siempre en busca de experiencias sexuales y casi habitante mítico del famoso bar. Greene no sólo fue un escritor de altura sino un bebedor de Bacardí. Que solo en pocas ocasiones cambiaba por bourbon, por aquello de que le tenían prohibida la entrada a los Estados Unidos por comunista. Tanto Hemingway como Greene son personajes activos en «Mar de cenizas». Y otros, pero esto no es una cita con los personajes, ya quisiera yo.

Pero de los habituales del Sloppy y los más enigmáticos, las mujeres. La víctima primera era una de esas damas. Con ella, sus amigas incondicionales: Ava Gardner, y principalmente su amiga de batallas Joséphine Baker. Por la importancia y el peso, ¡vaya si lo tiene en «Mar de cenizas»!, de ella en La Habana de «Mar…» hablo en un próximo post. De ella en La Habana en su mar violento.

Ω


Publicado por: M o n t e P e n té l ic o

Escritor de novelas negras y de lo que atrape su interés, siempre que ese interés sea respetar la Vida. VIDA TODA. Un escritor de novelas negras en La Habana, que cuenta también con ese largo y extenuante ADEMÁS DE URGENCIAS, cómo las escribe, qué punto en ese universo estrecho de la pequeña ciudad lo han inspirado o hecho pensar con detenimiento en un mundo acelerado. Lo aterran y estremecen y obligan a escribir. A veces escribir ficción no es inspiración que otorgan los Dioses Manes de la Literatura, es una obligación para no sucumbir. Por favor, Dioses Manes de la Literatura, es de mi absoluta creencia y base gnoseológica. Mi delito, soy culpable. Gracias por su tiempo.

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