HABANA DE VIENTO NEGRO, CIUDAD DE CAMINOS SECRETOS, TÚNELES Y RÍOS DE PIEDRA BAJO LAS PIEDRAS
En casa de la manicure bebí café acabado de hacer. Todo un lujo. Escuchar el borboteo de la cafetera italiana y el olor es un placer para los sentidos. Viva Epicuro. Me gusta Epicuro porque viene más con mi persona. Me guardé el mapa y atrapé un paquetico misterioso que debía portear para Casa Blanca con el café. Mi vecina, la que ya he dicho me llama Critor, no estaría en casa hasta la noche. Me aparecí en casa del Polaco, ex marino mercante que a sus 80 años aún vive en su cuartico de calle O’Reilly.
Abrió una botella de ron y nos sentamos a hablar de los tiempos. Se disculpó porque no podía brindarme un «salaito» pero «la cosa está tremendamente jodida. Una mierda vaya, algo que yo no pensé ver», confesó. Le pasé el mapa, que el llamó plano, a la mitad de la botella. Era un añejo «Hava Club» que un hijo le había obsequiado por su llegada a la plana mayor de los sagrados octogenarios.
AJUSTES E INCORPORACIONES
Una mirada marinera, llegó a capitán de la mercante cuando se había iniciado en la pesca, escudriñó el puzzle, y se ubicó rápido. Sin necesidad de GPS y las últimas lentes que había comprado a una mula de Miami. La mula, de nombre en clave Juan Diego, había sido su jefe de máquina hacía más de veinte años. Ahora era Juan Diego «el Moro de Little Havana». Me devolvió el mapa-plano. Quedó en hacer ajustes y aportar otras avenidas. Definió avenidas a los pasillos más anchos, que comunican a su vez con pasadizos y pasos a nivel más reducidos. Un paso a nivel es una tabla, generalmente sólida, que enlaza el pasillo de un edificio con otro. El edificio perdió sus barandas de protección como el otro colindante y los vecinos colocan esa tabla para pasar de uno a otro. Por lo general, uno de estos perdió la escalera principal. La única entrada al edificio con sus plantas altas incomunicadas, es esa tabla. A una altura de entre 8 o 10 metros, o más, pasar la tabla es una suerte de equilibrio desesperado. Suicidio a viento lento. Pero esto es la parte visible.
Se suman las aceleradas etapas de juego con gritos que parecen que caen al vacío.
Esa zona aérea está a la vista, incluso de la policía. Incluidos los que cierran los ojos cuando los niños pasan de un punto A al punto B. Se suman las aceleradas etapas de juego con gritos que parecen que caen al vacío. Y las pasmosas y prometedoras visitas de funcionarios del Gobierno con soluciones a «corto-mediano-largo plazo». «Viento negro», mi novela negra, se desplaza en los caminos ocultos. Aquellas vías de escape de los manifestantes camino al «Hotel Saratoga» que nunca alcanzaron su meta. O parecidas. «Viento negro» es titular, lo he dicho, de ese espacio de la pequeña ciudad de la vieja Habana, como un personaje pétreo y sangrante. Como amo esa diminuta ciudad que cae herida, debo tener cuidado de sus heridas, que exacerban las mías.
Cuando la lanchita se acercó al muelle, Casa Blanca sometida a otro apagón. Nada más triste que la blancura bajo las sombras impuestas por la desidia. En casa de mi vecina su planta eléctrica la mantenía en el siglo XXI. Recé para que yo, hombre de Neandertal, no sintiera el impulso de salir a cazar.
Continuaré…
LA HABANA EN NEGRO 